Tamborterapia
Una serie de movimientos a ritmo de tambores, producto de la investigación y experimentación de un profesor de yoga, ha resultado toda una terapia liberadora y que colabora a la desintoxicación del cuerpo. Con este ejercicio espiritual y físico, como un recurso de la medicina alternativa, se benefician desde personas sanas hasta enfermos y personas que sufren de adicciones.
Juan Carlos Muñoz es un paisa nacido por accidente en Girardot, e instructor de yoga desde hace 25 años. Sin embargo, paralelo a su trabajo, con las tendencias de la nueva era, quiso explorar su atracción inexplicable por el sonido de la percusión, que siempre le despertó una especial pasión por la vida.
Desde que unos amigos suyos radicados en Estados Unidos, y estudiosos de los ritmos africanos lo motivaron a tomarse en serio esa inquietud, Juan Carlos colecciona tambores de diferentes partes del mundo y se convirtió en un experto empírico en los ritmos producidos por estos instrumentos en las diferentes culturas del mundo.
Más allá de practicar un simple pasatiempo, este inquieto paisa quiso profundizar acerca de los efectos que pueden llegar a tener en las personas los sonidos producidos por un tambor.
Él notaba que, al tocar estos ritmos, quienes los escuchaban tenían visiones, y hasta alcanzaban a ver imágenes que les esclarecían ciertas situaciones complejas de su vida. Incluso, hablando con sus potenciales “pacientes”, alcanzó a percibir en ellos sensaciones de alivio y sanación en algunas partes de su cuerpo.
Hoy, luego de varias experimentaciones, Muñoz puede afirmar que las vibraciones de la percusión pueden llegar a remover las células del cuerpo que no funcionan armónicamente y las hace reactivarse.
Así nació la tamborterapia, una disciplina que linda con la medicina alternativa y que Juan Carlos lleva moldeando por más de 10 años, mediante la experimentación con diferentes grupos, entre los que se cuentan jóvenes que sufren de adicción a las drogas y el alcohol. Estos últimos fueron su más fuerte inspiración para buscar un método serio que pudiera aportar y ser complemento en un tratamiento de desintoxicación.
“Luego de varias sesiones con ellos, logramos producirles una catarsis capaz de liberar sus miedos, rabias y la impotencia de estar atrapados en adicciones como estas. Al finalizar cada terapia, ellos lloraban, reían, hablaban, escuchaban, en fin, generaban una reacción que les permitía liberar sus emociones contenidas”
enfatiza el tamborterapeuta.
Los resultados iniciales de este experimento hicieron que Muñoz profundizara en su investigación sobre los orígenes de esta milenaria práctica y se compenetrara con tribus nativas de toda América, hasta conocer el significado de la relación de los pueblos indígenas con el instrumento y con las plantas sagradas y su poder.
Así es como Juan Carlos ha tenido iniciación chamánica en varias culturas y ha podido fusionar sus conocimientos con los del yoga y la música ancestral, para crear una sola terapia que, hoy en día, es un ejercicio motivador y completo.
De principio a fin
Cada una de sus clases inicia precisamente con la explicación del porqué y el para qué integrar los tambores a la vida de una persona normal.
Después, se hace un calentamiento físico de las articulaciones para proteger de lesiones al alumno durante la clase que empieza. Posteriormente, se hacen movimientos energéticos con respiración dirigida que activan los chacras ubicados desde el coxis hasta el plexo solar, para abrir los campos energéticos del cuerpo y prepararlos para liberar emociones.
Más adelante, ya al ritmo de tambores, se comienza a mover el cuerpo lentamente, iniciando por la cabeza, pasando por los hombros, el pecho, el abdomen, las caderas y las rodillas, todo para estimular el sistema endocrino con esos movimientos iniciales.
Acto seguido, cuando ya la música está en un punto interesante de volumen y rapidez, Juan Carlos dirige ciertos ejercicios para afianzarse y motivar la confianza en sus alumnos. Para conseguirlo, con las luces apagadas los invita a seguir el sonido de objetos que no pueden ver y, con los ojos cerrados y bailando, ellos consiguen ese objetivo.
“En otra etapa de la jornada, las personas deben moverse como sus animales favoritos, hacer como ellos e imitarlos, y después, deben ser conscientes de que el planeta Tierra es su única casa y ellos, como humanos, la raza más poderosa”
puntualiza.
A esta altura, la danza ha relajado y desinhibido a los bailarines, quienes han podido expresarse y hacer que cada parte de su cuerpo se involucre en la terapia.
Entonces, están listos para que la música pare y ellos puedan ponerse boca abajo con el corazón en la tierra, a fin de sentir visiones o sensaciones que son individuales de acuerdo con cada practicante y su propia vivencia. En ese instante, vienen cantos de sanación durante los que se invoca el poder de la naturaleza, hasta lograr desconexión total, tranquilidad y paz.
El culmen de la sesión es quizás uno de los logros más importantes de la tamborterapia, pues es justo en ese momento cuando se abre una especie de foro en el cual los asistentes hablan o manifiestan mediante llanto o risa la práctica vivida.
“Durante la hora que dura la clase es posible que la gente que apenas descubre la destreza pueda marearse, sentir vacíos, dolor en los bazos y otras sensaciones, que son parte de la asimilación”, dice Muñoz.
Salud para todos los sistemas
De la mano con el desarrollo espiritual que desencadena la tamborterapia, la actividad física que se hace durante su práctica es saludable y muy completa.
Mediante el baile con tambores se activa la respiración por la nariz, además, los bronquios, alvéolos y pulmones trabajan de una manera exigente, logrando que cada clase sea un ejercicio aeróbico y anaeróbico. Adicionalmente, mediante la sudoración, el cuerpo se desintoxicación y la sangre se oxigena y purifica con más rapidez.
Los expertos sugieren hacer tamborterapia mínimo dos veces a la semana, pero, si se quiere practicar a diario, no tiene ninguna contraindicación. Por el contrario, si no hay enfermedad alguna, beneficia el organismo y, si hay dolencias físicas o espirituales, puede convertirse en un tratamiento divertido, ágil y conveniente.
POR: AMPARO DÍAZ
Fotos: Jairo Higuera
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